lunes, 9 de febrero de 2015

Semilla del cerezo Japonés

La semilla del cerezo comenzó a apurar sus últimos días de encierre, quería germinar. Brotes verdes que transmutarían en un porte vital de simbolismos ancestrales. En un recuerdo de nuestra estancia en Japón.
Las memorias, ahora que no nos tenemos, me invaden cada noche y se posan casi físicamente sobre la cabecera de mi cama, pues mi ensueño siempre fue visitar el país, sus templos, sus costumbres, su naturaleza y esencia. Siempre de tu mano y sintiéndome el evocador de la sonrisa más famosa, más famosa incluso que la de Leonardo.
Una nota musical que resuena siempre en mis entrañas me materializa cerca de mi más preciado impulso de vida. Aquí, donde quiera que me encuentre, perdido en un pozo de almas inquietas, me hallo sentado sobre este banco de madera resquebrajado.
Me concluyo estático porque ya no tengo vida. Ahora, que ya sólo puedo mirarte día y noche, observarte recibir un nuevo día y despedirlo junto a la cama al final del mismo, ahora, es cuando cada vez que riegas la semilla de nuestro cerezo nipón me revitalizo e incluso creo que puedo tocarte, hablarte al oído.
Pero las especulaciones de mi imaginación de volver a pasear de tu mano, están regidas por la legalidad de la naturaleza, VIDA Y MUERTE.

No obstante, a día de hoy, años después de mi muerte física, me he conseguido introducir en el alma del cerezo. En el momento de la rotura de la semilla y el germinar de su vida, justo en ese momento, mi espíritu se fusionó al suyo y crezco y me desarrollo con la más absoluta expresión de vida porque te tengo cerca. Porque estoy de nuevo vivo.


Álvaro Garrido Aragón. Para Japón y ELLA.

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