sábado, 3 de enero de 2015

El efluvio de la herida

El horizonte se alimentaba del atardecer que caía sobre mis sentidos.
El horizonte que alineaba la orilla de lo inalcanzable.
El horizonte que representaba el ocaso de mi serenidad.

Ojalá no haya más horizonte, que mis pensamientos circulen libres por un mar que representa mi amargura y sin cesar, olas tridimensionales los eleven a los sueños de cualquier mortal errante de tu piel. Ojalá me transporten al cielo angelical.

Sentado sobre un banco de madera carcamal, como mi recuerdo, observaba yo incesante ese horizonte que Zaratrustra tanto lo masticó durante su exilio a las montañas y al que Romeo tanto preguntó por su idílica musa.
Sentado, sobre un banco de madera carcamal, como mis recuerdos, observaba yo incesante ese horizonte. Carcamales mis recuerdos, joven su portador mortal. Mortal porque aun rememoro cuando te rozaba la mano sin querer y me sonreías vitalizandome de colores. Mortal porque aun pienso cuando yacíamos juntos sobre la cama y el amanecer nos vigilaba. Mortal ahora, porque contigo era inmortal. Mi alma inmortal todavía reluce sentada sobre un tronco quemado en lo más hondo de mi corazón, autoconvenciéndose de que volverás.
Volverán las oscuras golondrinas, volverán a rellenar de color negro mi esperanza. Odio las golondrinas, ojalá ese jilguero me vuelva a tocar su melodía atroz que rompe con cualquier partitura antropogénica.

Sentado sobre un banco de madera carcamal, como mis recuerdos, observaba yo dubitativo ese horizonte. El horizonte que, previo a la linealidad, portaba un riachuelo.
Nuestros pantalones remangados evitaban no se qué, pues lo importante era mojar nuestra piel juntos, y eso hacíamos. Memorias otra vez de nuestras experiencias en mi amante la Naturaleza van a mi cabeza como la fiebre invernal. Saltábamos sobre el agua salpicándonos mierdas del río. Ranas observaban nuestra motilidad vital.

No quiero estar más tiempo sentado. Pero, justo antes de moverme, como un puñetazo me invade aquél recuerdo de cuando rompí con mi felicidad. Estoy borracho y no recuerdo por qué lo hice, pero puedo mirar hacia abajo, cerca de mi costado y hay un espacio vacío, una herida que no deja de fluir líquidos. Ojalá sean los malos recuerdos. Es mi alma, que quiere escapar por hacerte ese daño, no para, como efluvios mágicos de la herida.

Me levanto del banco y pongo rumbo a la incertidumbre. Detrás, el riachuelo y el horizonte. El riachuelo no es de agua turbia, porta mis efluvios mágicos.



Álvaro Garrido Aragón

No hay comentarios:

Publicar un comentario